jueves, 4 de abril de 2013

Rumbo a Turquía


Finalista de Copa, segundo en Liga y prácticamente en semifinales de la Champions League. Ahora pueden venir los puristas, los amantes de la titulitis a recordarnos que el equipo no ha ganado nada y que sería un fracaso que el Real Madrid por historia y presupuesto cerrase la temporada en blanco. No creo que a estos niveles de exigencia, donde el más mínimo detalle o falta de concentración se paga muy caro, sea posible apelar al dinero para garantizar el éxito. A lo largo de la historia hemos visto magníficos equipos que individual y colectivamente han sido brillantes y a pesar de ello no han conseguido respaldar su fama con el correspondiente el palmarés. Los motivos varían según el sabio de turno que preguntemos pero les invito a preguntarse que habría sido de este equipo si no hubiera sufrido la desafortunada sucesión de despistes en el arranque de la temporada, no hubiera regalado la Liga en Marzo, y la prensa no hubiera dinamitado cada instante de paz con toda clase de artificios y paranoias. Estoy firmemente convencido de que ahora hablaríamos de la triple corona. Por desgracias los fatídicos errores del yernísimo en las primeras jornadas, la falta de concentración en las jugadas a balón parado y la incapacidad de capitanes y cuerpo técnico de blindar al vestuario son lastres demasiado pesados que no perdonan la factura.

Así mismo, tras el espectacular correctivo de Mourinho a Fernando Burgos, totalmente inapelable y documentado por mucho que quiera el gremio periodístico apelar a la persecución y cacería que dice sufrir a manos del luso, hay una realidad inherente: la imparcialidad. Nunca puede olvidar el madridismo todos los años a la espera de un técnico autónomo que hiciera jugar a los más preparados en cada jornada, que tuviera más peso que los jugadores, independencia de los medios de comunicación y antepusiera los intereses del club por encima de todo. Esa es la auténtica lección de este episodio: la incapacidad de recordar y ver que ese técnico ya está entre nosotros.

En cuanto al partido, no creo que haya que darle demasiada importancia al plano deportivo y si a los detalles. El primero radica en la realidad Diego López. Supla a quien supla, en este estado puede, quiere y debe seguir siendo titular. Es un mandamiento de los dioses del fútbol: no se toca a un jugador en estado de gracia. Y por ello mismo no se puede retirar a Varane y sí a Arbeloa, que aunque parece incuestionable en cuanto a madridismo se refiere, hace bastante tiempo que debió abandonar la titularidad. Y si ello implica mover a un gregario como Essien al lateral, así sea. Eso es ser un entrenador: gestionar tanto a la persona como al jugador.

El segundo detalle habla de la gestión del medio campo donde el Galatasaray pagó caro la libertad de Xabi Alonso durante los noventa minutos y principalmente en la primera media hora. Así mismo, consintió el kilometraje de un excelso Özil en ese periodo y las galopadas de di María, que aunque no es ni de lejos el jugador que era antes de su renovación, creó las preocupaciones necesarias para mantener entretenidos a los turcos. Mucha permisividad y facilidades para una zona del campo a la que estamos acostumbrado a ver en la incertidumbre. Asegurada la defensa y conscientes de que Cristiano (excelso en el gol y con una media superior a un gol por partido) aparecerá tarde o temprano, es darle al Madrid demasiada renta.

Sin embargo, no quiero acabar esta reseña sin recordar que el detalle decisivo y clave de aquí al final de temporada si queremos ir a la Cibeles, más allá del resultado, es la vuelta al gol de Benzema e Higuaín. Más jamón y menos kebap.

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