Un niño acude con su padre por por primera vez al Estadio de los Cármenes a un partido de fútbol. Abrigado con los colores del Granada, club del que es seguidor desde que nació por expreso deseo de su abuelo, entra por una de las puertas ansioso de ver lo que encierran sus gradas. Pero este chico, al igual que muchos otros chavales en Andalucía también tiene ídolos madridistas: colecciona sus cromos, sus camisetas y sus partidos. Esa noche no es otra cualquiera: es el día donde juegan los dos equipos que dividen su corazón, un momento tal vez irrepetible que lleva esperando mucho tiempo.
Este relato ficticio bien podría ser la realidad de muchos granadinos. Lo que no es ficticio es el terrorífico espectáculo que quedo grabado en sus retinas. Y es que no todos los días se ve un encuentro donde el equipo local se lleve la victoria sin disparar a puerta en todo el partido y los visitantes (mejor dicho el Real Madrid) rematen por primera vez en el minuto 57. Absolutamente demencial y desagradable en exceso. La directiva del Granada C.F. debería devolver el precio de la entrada a todos aquellos que capean la crisis y se privan de otros lujos para asistir a un partido de no-fútbol con dos grados de temperatura. Y como madridista me avergüenzo de la imagen ofrecida, de ver a once jugadores deambulando por el campo sin ningún remordimiento. Habrá quien quiera culpar al entrenador, pero me cuesta creer que José Mourinho le indique a sus jugadores que permanezcan noventa minutos como pasmarotes, sin disparar a puerta y renunciando tan explícitamente a los tres puntos y a cualquier oportunidad de lavar la imagen ofrecida en Liga.
Pueden llamarlo autogestión u onanismo mental pero lo sorprendente habría sido sacar algo en claro: en la primera mitad se entregó la banda izquierda en el momento que Ronaldo emigró al centro del ataque (no es la primera vez que cuando quiere ocultar una carencia física se coloca de nueve puro), la banda derecha fue regalada al Granada cuando di María decidió no salir al campo, y en la delantero vimos otro episodio más de ese culebrón donde Higuaín y Benzema se pelean salvajemente por ser suplentes y colgarse el cartel de transferibles. Sumémosle a Khedira correteando descabezado por Granada y a Modric sólo ante el peligro para tener un espectáculo dantesco, una pesadilla nocturna con la que atragantarte cerveza y palomitas.
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