martes, 2 de julio de 2013

Maracaná


A colación de la final de la Copa Confederaciones, y relacionada con la entrada que escribí en su día donde exponía los motivos por los cuales esta selección no me representa, me han pedido mi opinión sobre la derrota ante Brasil y quería compartirla con todos.

Lo primero de todo, comentar que yo tenía claro que Brasil ganaba el encuentro. No de la manera tan clara que vimos, pero sí me imaginaba ese tipo de partido. Muy parecido a los últimos Madrid - Barsa donde un equipo se recrea en el toque y otro con menos fútbol recurre a todo lo demás para intentar llevarse el partido. Hay que indicar que para La Roja (que no España) este partido nunca tuvo ninguna tensión competitiva más allá de enfrentarse a Brasil. Nadie se ha tomado en serio un campeonato inventado para extender la temporada y ver enfrentamientos históricamente improbables. Sin embargo, en Brasil, el fútbol siempre y en toda circunstancia es cuestión de estado. Estoy de acuerdo en que no atiende hoy día al esquema clásico de selección que juega con la misma alegría que vive en su país (entiéndase la canarinha que maravilló al mundo en el mundial de Corea) pero sigue siendo pentacampeona del mundo y un rival que merece un respeto y consideración. Por eso entiendo que todo brasileiro se ofende cuando los medios afirman que La Roja (que no España) se encuentra al mismo o superior nivel que Brasil. En ese escenario, lo normal es saltar a un campo lleno hasta la bandera donde cada asistente apoya, canta y anima durante todo el partido y deja al madridismo en evidencia cuando el Santiago Bernabeu, con la misma capacidad, es una auténtica tumba. Pero esa es otra historia.

Perder el respeto a los mayores, a los galones y a gente que ha inventado este deporte es sin lugar a dudas un pecado capital. Promovido por el entorno Mediaset, España ha creído que ya pertenece al olimpo del fútbol. Es inaudito como pseudoperidositas como Carreño o Castaño, más dados al compadreo con el jugador que a la información y veracidad, digan ante toda la audiencia frases del estilo a "parece que Italia nos ha soprendido" o "realmente no hay tanta diferencia entre ambos equipos". A La Roja (que no España) le falta aún continuidad en el tiempo para que tome por propia esta filosofía y títulos para que esta etapa no sea considerada un espejismo. En ese momento podrá compararse con tetra y pentacampeonas del mundo y no estar orgullosa de meterle diez goles a Tahití.

El segundo pecado capital es el entrenador. Un hombre político que desprecia la meritocracia, que únicamente ofrece una variante táctica, que alinea exclusivamente a los uno di noi y que resulta completamente previsible en su gestión de plantilla y encuentros, no puede estar al frente de este equipo. Amparado por la suerte y los resultados, ya que a fin de cuentas somos campeones del mundo, es imposible encontrar una sola crítica deportiva al esquema del marqués de Salamanca y por tanto nos quedamos sin conocer sus motivaciones por las cuales Silva siempre es el primer sustitutido. O por qué Navas es el primer recambio. O por qué quiere abrir el campo si prescinde del nueve clásico. O por qué La Roja (que no España) es incapaz de crear peligro en el último cuarto de campo. Mantener el estilo le supone a La Roja (que no España) renunciar a muchos conceptos futbolísticos. Por el culto al pase y a la posesión, se renuncia a la velocidad, la garra, la presión, la tensión competitiva, la humildad y en última instancia, al gol. Juzgue cada uno si Vicente es el hombre elegido para gestionar este grupo.

Los jugadores son el tercer pecado capital. Los mismos once juegan siempre. Día tras día. Y nos conocen demasiado bien como para no tener previstas diversas alternativas. Durante todos estos meses donde La Roja (que no España) no se juega nada, es imposible ver un experimento, un cambio, algo que nos permita ver qué pueden hacer todos esos jugadores a los que el marques convoca para ver el partido desde el banquillo. Y claro, a la hora de la verdad, cuando la necesidad apremia, sale al campo Javi Martínez y enmudece España entera. O aparece Villa totalmente falto de ritmo de competición. Sin embargo, sí sabiamos que jugaba el yernísimo tras cinco meses de inactividad, en un acto de pucherazo e injusticia a la competividad de Valdés. Sabíamos que jugaba Xavi, al que por muchos que maticen queda claro que está reventado y que si no lo esta no quiere ver a Alonso ni en pintura ni a nadie que le cuestione los galones. También apostabamos por Torres, un jugador que en la vida sería titular en cualquiera de los 8 mejores equipos de Europa y que sin embargo entra en escena por ser de la panda de amiguetes donde no estan invitados Soldado o Negredo. Iniesta juega porque es el mejor y el resto de plazas se cubren con lo que haya. Y no hay más. 

El cuarto pecado capital, aunque está entre líneas en lo anteriormente expuesto, es la incapacidad de autocrítica que genera tanto corporativismo y amiguismo. Somos campeones del mundo y ahí termina todo. Hay que dar crédito a estos jugadores y no alzar la voz, así que únicamente culpamos de la derrota a Mauriño, a la mala suerte del primer minuto, al partido de su vida que jugó Brasil, a las 26 faltas que consintió el árbitro (hay que ser subnormal para contarlas) y a Ramos y Arbeloa que son del Madrid. Ahí terminan las críticas. Para mí el análisis se resume en que 1) Mourinho ya no puede ser culpado de nada, 2) el primer gol es otro fallo de la defensa con colaboración de un portero que no sale jamás de palos y que nunca mereció jugar 3) Scolari le dio un baño táctico al marqués con bastante peor equipo, 4) La Roja (que no España) no se aclimató jamás al partido que planteó Brasil y 5) cualquier madridista sabe que Ramos no debería tirar un penalti y que Arbeloa no está para cubrir a Neymar.

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